domingo, 15 de agosto de 2021

 La red.

Frente al mar la brisa le golpeaba las arrugas profundas en su piel, curtida de sal, curtida de dar, curtida de mar. Tanto mar, inmenso mar. Las olas agitadas llevan y traen los recuerdos que giran en la rueda de su vida cíclica, repetida, tantas veces, mil veces, hasta el hartazgo.

Extendió la red, en eso era hábil. Los años le ganaron al desafío de los embates climáticos, así sean los rayos del sol perpendiculares a la arena que pisa, así sea la lluvia copiosa que empapa la vestimenta o la tormenta de arena que escalda la piel. Allí seguía en su labor diaria, a pesar de ello, a pesar de todo.

Su ego estaba mal herido. Había prendido en él la semilla del amor que atesoraba como a una gema preciosa y sin embargo ella había partido llevándose consigo las promesas de estar y compartir. La mesa tendida con las prendas del amor que supieron darse; la silla junto a ella, ahora, sentencia el espacio hueco. El puño aferrado a la red intentando que no se la lleve la marea que arrecia con todo su poder. No debes distraerte, se dijo. El bolsillo flaco amerita tener una buena pesca. No son tiempos para perderse en los recuerdos. Necesita ganarse el pan.

Prende un cigarrillo. El tabaco se superpone a lo salobre y empasta más su lengua; había olvidado llevar agua para beber. Inhala profundo, pretende llenarse los pulmones con algo más que las gotas de sal que el aire sostiene. Contiene la respiración un rato y exhala. El humo se desprende en tenues líneas que se dibujan a su alrededor hasta desvanecerse. Una bocanada tras otra. Los fuelles se expanden y contraen en forma mecánica, no se percata de ello, solo sigue con su mirada las formas que se dibujan, buscando le develen el misterio de la vida y lo efímero de ella.

Se adentra al mar un poco más para para lograr prendan a la red los peces que están esquivos hoy. Debe ser que la marea los aleja, piensa. El agua le llega a la cintura ahora. Bajo sus pies percibe la dureza del suelo que pisa. Se siente seguro aún. Ese es su territorio esa es su vida. Firme y apretado el puño, no importa que se hunda en su carne la red y rompa su tejido, no importa que le sangre la carne, no importa el ardor del agua salada que lo lame. Le duele más su orgullo. No comprende por qué se fue así tan de repente, tan sin previo aviso. No dejó ni un hasta pronto en su carta, solo excusas del por qué partía. Esas palabras retumban en su frente y le atoran la garganta.  “Me voy Javier, necesito ir tras mis sueños, quiero otra vida que no huela siempre a pescado.  Flor”

Dieciocho palabras. ¿Sería azaroso que usara la misma cantidad de palabras que los años que llevaban juntos? Se preguntaba entre las olas que le estallaban en toda su humanidad. Se llenó de ira imaginándola feliz en otros brazos. El agua le llegaba al cuello, el mar había embravecido al unísono de sus emociones. Una gran ola trajo consigo la red cargada de peces. Le dio de lleno atrapándolo también. Intentó desprenderse de esa maraña de hilos. Una fuerza poderosa lo arrastraba cada vez más a las profundidades. Morirás en tu ley – pensó, mientras el mar se adentraba en sus fauces.


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