lunes, 16 de agosto de 2021

 ¿Qué importaban cinco minutos más o menos? 

Cinco minutos, tan solo cinco minutos necesitó para comprender lo que sus ojos habían observado. Su corazón latía fuerte y desbocado a punto de sentirlo en la cien. ¿Cómo podía ser posible que se topara con semejante situación? ¿Acaso era necesario ser testigo de ello? ¿Por qué tuvo que presenciarlo? ¿Qué artilugio del destino lo puso en ese lugar? Por error de cálculo, o desorientación en las diagonales, se mandó de una por Oruro, caminó unos metros cuando de repente y sin un segundo de aviso se desplomó ante sí un cuerpo. El ruido estruendoso de esa masa contra la vereda hizo que clavara la pisada y levantara la vista del celular.  Allí estaba justo delante de él. No podía ni gritar del espanto que presenciaba. Solo el latido que le atoraba la garganta. 

Apenas pudo respirar giró su cabeza buscando alguna mirada cómplice, la calle desierta y él eran los únicos testigos de semejante hecho. El cuerpo inmóvil yacía sobre las baldosas rotas. La miraba, no se movía, solo corría un hilo de sangre que emanaba de su boca entreabierta. Él tampoco podía moverse, un escalofrío le recorría todo el cuerpo.

Permaneció así unos minutos hasta que atinó a buscar en sus manos algún indicio de vida. Con la tibieza de su piel le estalló un llanto. Percibió su latido, débil. ¡Está viva! – Gritó.

Marcó como pudo el 911, un siglo pasó hasta que pudo comunicarse. Estaba tan alterado que ni idea tenía donde se encontraba para dar aviso y que la socorrieran. No lo sé oficial se cayó desde uno de los balcones calculo porque no la vi hasta que golpeó contra el piso. Vociferaba. ¡Manden una ambulancia, está viva! Fuera de si no podía creer todas las preguntas que le hacían del otro lado del auricular. Mientras seguía a los gritos no se percató que salieron algunos vecinos a ver qué pasaba. La sirena se sumó al tumulto.

En unos minutos la calle estaba atestada de gente. Era tarde, hubiera sido útil alguno viera de donde saltó o callo o la arrojaron. Era tal su indignación porque ni siquiera él lo pudo ver ni prever. 

Se la llevó raudamente la ambulancia. Nadie la conocía, ni el portero del edificio sabía quién era. 

No estaba angustiado por las horas de declaración que le esperaban con la policía, sino por la fragilidad de esas manos anónimas y el atisbo de vida que había percibido en ellas.


domingo, 15 de agosto de 2021

 La red.

Frente al mar la brisa le golpeaba las arrugas profundas en su piel, curtida de sal, curtida de dar, curtida de mar. Tanto mar, inmenso mar. Las olas agitadas llevan y traen los recuerdos que giran en la rueda de su vida cíclica, repetida, tantas veces, mil veces, hasta el hartazgo.

Extendió la red, en eso era hábil. Los años le ganaron al desafío de los embates climáticos, así sean los rayos del sol perpendiculares a la arena que pisa, así sea la lluvia copiosa que empapa la vestimenta o la tormenta de arena que escalda la piel. Allí seguía en su labor diaria, a pesar de ello, a pesar de todo.

Su ego estaba mal herido. Había prendido en él la semilla del amor que atesoraba como a una gema preciosa y sin embargo ella había partido llevándose consigo las promesas de estar y compartir. La mesa tendida con las prendas del amor que supieron darse; la silla junto a ella, ahora, sentencia el espacio hueco. El puño aferrado a la red intentando que no se la lleve la marea que arrecia con todo su poder. No debes distraerte, se dijo. El bolsillo flaco amerita tener una buena pesca. No son tiempos para perderse en los recuerdos. Necesita ganarse el pan.

Prende un cigarrillo. El tabaco se superpone a lo salobre y empasta más su lengua; había olvidado llevar agua para beber. Inhala profundo, pretende llenarse los pulmones con algo más que las gotas de sal que el aire sostiene. Contiene la respiración un rato y exhala. El humo se desprende en tenues líneas que se dibujan a su alrededor hasta desvanecerse. Una bocanada tras otra. Los fuelles se expanden y contraen en forma mecánica, no se percata de ello, solo sigue con su mirada las formas que se dibujan, buscando le develen el misterio de la vida y lo efímero de ella.

Se adentra al mar un poco más para para lograr prendan a la red los peces que están esquivos hoy. Debe ser que la marea los aleja, piensa. El agua le llega a la cintura ahora. Bajo sus pies percibe la dureza del suelo que pisa. Se siente seguro aún. Ese es su territorio esa es su vida. Firme y apretado el puño, no importa que se hunda en su carne la red y rompa su tejido, no importa que le sangre la carne, no importa el ardor del agua salada que lo lame. Le duele más su orgullo. No comprende por qué se fue así tan de repente, tan sin previo aviso. No dejó ni un hasta pronto en su carta, solo excusas del por qué partía. Esas palabras retumban en su frente y le atoran la garganta.  “Me voy Javier, necesito ir tras mis sueños, quiero otra vida que no huela siempre a pescado.  Flor”

Dieciocho palabras. ¿Sería azaroso que usara la misma cantidad de palabras que los años que llevaban juntos? Se preguntaba entre las olas que le estallaban en toda su humanidad. Se llenó de ira imaginándola feliz en otros brazos. El agua le llegaba al cuello, el mar había embravecido al unísono de sus emociones. Una gran ola trajo consigo la red cargada de peces. Le dio de lleno atrapándolo también. Intentó desprenderse de esa maraña de hilos. Una fuerza poderosa lo arrastraba cada vez más a las profundidades. Morirás en tu ley – pensó, mientras el mar se adentraba en sus fauces.